Sobre el autor
Sobre el libro
Joan Fontcuberta en este libro resalta los cambios que se están implantando en nuestra sociedad causados por, lo que por muchos están empezando a llamar, el petróleo del siglo XXI. El boom del comercio globalizado que se fragua cada vez más a través de la red de internet no tiene freno y se aprovechan todas las fisuras legales para generar nuevas formas de mercado aprovechando las nuevas tecnologías. El mundo del arte también sabe sacar partido a esta interconectividad mundial y afloran expresiones artísticas novedosas nacidas del flujo constante de imágenes subidas a la nube. La imagen ahora más que nunca ha alcanzado una supremacía frente a la vida acelerada que vivimos y, junto a nuestro inseparable móvil, se ha desembocado en una nueva manera de comunicación.
Esta marea negra, superabundancia digital de la que habla en estas páginas como la postfotografía, donde la tecnología propaga vertiginosamente imágenes llenas de información. Es un libro donde se invita la reflexión de cómo se gestiona la inmensa iconografía existente en el arte contemporáneo y cómo afecta en nuestro modo de vida actual. Ahora tenemos la información del mundo a un clic de ratón y nos perdemos dentro de pantallas de luz transformándonos en personas más individualistas y consumistas, donde la calidad se difumina en favor del exceso incontrolado.
La palabra postfotografía surge a principio de los noventa por el continuo adulterio que sufre los valores propios de la fotografía. Los escáneres, fotocopiadoras, cámaras digitales, ordenadores, Photoshop,…, hacen de esta una manipulación donde el espectador se hace más incrédulo y donde el fotógrafo pierde su protagonismo al incorporarse a la profesión tantos aficionados productores de imágenes. La superproducción de una fotografía desmaterializada adaptada a la vida online es la definición de la postfotografía presente donde las imágenes se distribuyen por la red con fugaces píxeles y se almacenan en forma de bits: Google, Yahoo!, Wikipedia, YouTube, Facebook, Instagram,…, han cambiado el panorama. Todo tipo de imágenes están a nuestro alcance sin tener que fabricarlas, ahora los principios de autoría no están muy claros y se generaliza a la apropiación. Muchos artistas hacen de esto su obra como carroñeros de la red, buscando la novedad de momentos surrealistas de alguna cámara indiscreta. El ego que se manifiesta con el fenómeno selfie han culminado en otro batallón de retratos que inspiran las mentes creadoras. Se busca la conceptualización en estas obras, donde se refleje la intencionalidad de la instantáneas recogidas y la idea de compartir prevalece ante la de poseer. Fontcuberta explica que es un término más postfotográfico hablar de “adopción” ya que lo original se transforma en otro estado para cargar de otro sentido, icónico y simbólico a veces, la copia. Muchas veces no es tan importante quién aprieta el botón sino quién le da el concepto y gestiona la vida de la imagen, por lo tanto se puede aplicar a toda aquella que espera, que duerme, en el extenso mundo de la red.
En el 2013 “selfie” se convierte en la palabra del año, dejándose ver con esta preferencia de autorretratarnos la condición egocéntrica del ser humano, creciendo la necesidad de mostrar al resto del mundo, a través de las redes sociales, que participamos en él. Facebook, Twitter, Tuenti, Meetic, Badoo, entre otras plataformas, están llenos de autorretratos delante de un espejo, los “reflectogramas”, como así los llama Fontcuberta, es un fenómeno sociológico de gestionar nuestra imagen en un acto voluntario y participativo con la comunidad del ciberespacio. Espejos y cámaras por todos los sitios, filtros y plugins para retocarnos, nace otro modo de comunicación, de ligar, de flirtear, publicitando nuestro yo e intentando captar la atención del interlocutor. La eclosión de imágenes caseras, llenas de espontaneidad, hace que el mundo erótico se nutra de todo esto, dejando un línea muy fina entre lo moralmente tolerable y lo que no. Se reivindica la libertad. La mujer se suma al afán protagonista de los refletogramas, tal vez por sus logros de emancipación de estereotipos, pero son los hombres los más habituales buscadores del morbo que despiertan estas imágenes. Sea como fuere lo que se deja evidente que con la facilidad de apretar un botón se aflora la naturaleza innata de nuestro ser exhibicionista y voyeurista.
Es una forma nueva de documentar la vida. La comunicación por los smartphones ha creado nuevos fenómenos sociales de participación ciudadana y activismo político, donde a veces se sacan a la luz verdades que no querían ser confesables. Todos alzamos los brazos para denunciar, acreditar, verificar y expandir acontecimientos con nuestros destellos de flash. Esta lectura nos deja claro y nos hace pensar de cuanto y en tan poco tiempo ha cambiado nuestro mundo. La imagen ya no se imprime y Facebook es la memoria virtual donde colgamos los recuerdos de todos nuestros pasos por lugares, con amigos o familiares, manteniendo una comunicación de pixeles desmaterializados. Esto hace que nos preguntemos que sucede después de la muerte con toda la información que hemos subido a los servidores, ¿será implantada a otro ser humano o robotizada?
Joan Fontcuberta destaca en este libro la necesidad de controlar la anarquía que existe en el mundo globalizado digital con la postfotografía. Conseguir la soberanía de tantas imágenes que surgen de la protesta, la indignación, la evasión o la diversión de un planeta donde las noticias, con ayuda de las nuevas tecnologías, se propagan rápidamente y donde todo se quiere grabar para dejar constancia. Ahora la contaminación de la “vida 2.0” ha traído consigo la visión de una realidad manipulada en muchas ocasiones.